A pesar de todo, San José del Pinar existe
Autor: Daniela Ángel Madrid
4 de Enero de 2016
PERIÓDICO EL MUNDO
A lo lejos, San José del Pinar -El Pinar como se conoce popularmente─ parece la bonita estampa de un refugio rural por su anclaje a la montaña. Pero al llegar allí, dicha imagen se transforma en un retacero de toscas casas de ciudad empobrecida, en su mayoría, construidas con madera y cartón, cuyos techos de zinc resplandecen cuando el cielo no está atiborrado de nubes y los fuertes ventarrones no dejan destechada esta “tierra de desterrados” como identifica el profesor Spitaletta al tipo de asentamiento que en este lugar se levanta y duerme, desde hace muchos años.
4 de Enero de 2016
PERIÓDICO EL MUNDO
El desplazamiento por el conflicto armado a cargo de grupos ilegales, la marginación social y la exclusión estatal por parte de la Administración Municipal de Bello, son algunas situaciones que afectan a los residentes de San José del Pinar.
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San José del Pinar es el principal asentamiento humano del Valle de Aburrá. Fotos: Daniela Ángel Madrid. |
A lo lejos, San José del Pinar -El Pinar como se conoce popularmente─ parece la bonita estampa de un refugio rural por su anclaje a la montaña. Pero al llegar allí, dicha imagen se transforma en un retacero de toscas casas de ciudad empobrecida, en su mayoría, construidas con madera y cartón, cuyos techos de zinc resplandecen cuando el cielo no está atiborrado de nubes y los fuertes ventarrones no dejan destechada esta “tierra de desterrados” como identifica el profesor Spitaletta al tipo de asentamiento que en este lugar se levanta y duerme, desde hace muchos años.
Todas esas rudas casas están amarradas a una carretera destapada y escarpada -única vía de acceso y escape- y concentradas en un espacio cercado por depresiones abismales como las de aquellos que tuvieron que dejarlo todo y forzosamente abrirse un espacio entre los pinos de una tierra ubicada muy lejos de su hogar originario.
El Pinar, aun con dicha panorámica alucinante, ha terminado por erigirse en el asentamiento más poblado de la vereda Granizal, del municipio de Bello y, pese a sus casi 20 años de conformación, los distintos gobiernos de esta municipalidad continúan pagando estudios con el fin de diagnosticar a profundidad su pobreza y proseguir con el diseño de planes que algunas veces apuntan al traslado de sus habitantes por estar asentados en un terreno que forma parte de una reserva forestal, pero que en virtud de la inexistencia jurídica de dicho sitio como división político-administrativa, se han ido posponiendo soluciones de fondo en dicha dirección y la inversión, en consecuencia, es en la práctica paños de agua tibia que en muy poco alivian las ingentes necesidades de esta comunidad.
En virtud de lo anterior, es que los pobladores de El Pinar han puesto de lado no sólo esos estudios cuyos resultados ya han sentido en carne propia, sino, en especial, a aquellos que los han pagado y traducido en el soporte de promesas incumplidas de políticos elegidos a costillas de los votos ofrendados con la esperanza de que algo nuevo pudiera surgir para ese anclaje de impotencia y doloroso trasiego.
Es así, como al cabo del tiempo, luego de haber asimilado con amargura la experiencia burocrática, dichos pobladores comienzan a reconocer que su camino es en solitario y, para esto, sólo contarían con su propio esfuerzo personal y colectivo, la solidaria ayuda ocasional de una que otra ONG o alguna entidad oficial que, de manera incidental, logra apropiarse de las problemáticas de este asentamiento y brindarles, cuando existe algún tipo de presupuesto, un apoyo temporal.
El abandono de El Pinar, por tanto, no sólo ha sido fuente de dolor, sino, también de aprendizajes que se convirtieron en historias de superación.
Esmeraldo y la fundación de San José del Pinar
A una cuadra de la entrada, está el rancho de don Esmeraldo, quien acaricia a su “colorado”, un gallo que lo acompaña. Luego, lo guardó en un guacal de madera que él mismo elaboró con sus manos desde 1996 cuando su familia fue desplazada de San Roque, Antioquia. Un año antes, llegó a San José del Pinar cuando esta zona ubicada en la cima de una montaña en el perímetro urbano entre Medellín y Bello, era un bosque lleno de pinos, todo un singular paisaje de reserva forestal.
En San Roque, Esmeraldo gozaba de su trabajo, porque tenía una finca con ganado, marranos, gallinas y su huerta. Pero fue antes de que llegaran dos grupos armados que provenían del Estado, según recuerda. “No era la guerrilla ni paramilitares, eran los profesionales: "Los Barbacoa" y "El Bombona" y me quemaron la casa, se comieron el ganado y me destruyeron todo, me dejaron de limosna”.
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Emeraldo Marín, líder comunitario de San José del Pinar. |
Su vida, posterior al desplazamiento, estuvo marcada no sólo por el desarraigo sino porque su oficio como agricultor se vio truncado y obsoleto al llegar a la ciudad, “uno no es constructor, uno no se sabe defender”. Es por ello que entonces empezó a vender empanadas, gelatinas y tamales. “Vendíamos aquí mismo y en Medellín. Así la pasamos luchando por sobrevivir. Y así les di estudio a mis hijos. Nosotros caímos aquí como cuando un gallinazo cae en una olla caliente: desplumados y llevados del berraco”.
Una vez en San José del Pinar, lo apasionó el impulso de transformar sus añoranzas en la realidad de una casa, una capilla y un colegio. “En ese entonces esto era una montaña, nos conseguimos un aserrador para cortar los pinos y esas maderas las vendimos para montar una bloquera”. Sus vecinos se fueron uniendo, compraron volquetadas de arena, unos bultos de cemento y, en convites, entre todos hicieron adobes para agregar algunos bloques a las casas.
De este modo, Esmeraldo empezó a “fundar” a San José del Pinar y a liderar junto a Miguel Rodríguez, los procesos comunitarios.
Miguel, un compañero de labor
Cuando Esmeraldo llegó a El Pinar, ya se veía el rancho de don Miguel Rodríguez, quien era desplazado en 1957 de Purificación, Tolima, hacia Bogotá, pero a causa de la violencia política llegó a este sector en diciembre de 1996. “Esto lo cogieron unos muchachos. Era una banda y empezaron a repartir lotes y a venderlos, a mí me tocó comprar uno que costó $358.000”, recordó Miguel.
“Todo lo hemos hecho desde un esfuerzo comunitario”, aseguró Miguel, “con el alcantarillado nos apoyó la Unión Europea, nos dio 36 millones de pesos”, aunque está elaborado de modo ilegal, ya que el agua la toman de un cerro en el que ubicaron una tubería conectada a la represa de Piedras Blancas.
“Así hemos trabajado y vivimos orgullosos. También por la escuela, porque ya tenemos la tercera promoción de bachilleres”. Miguel afirma que lo que más se debe resaltar es el esfuerzo y la voluntad de la gente por lograr conformar un sector, “es muy difícil sacarnos de aquí. Hemos creado raíces”.
De este modo, El Pinar se convirtió en el principal asentamiento humano y el más antiguo de la vereda en relación con los otros seis sectores que la conforman: Ciudad Perdida, Altos de Oriente I, Altos de Oriente II, Manantiales, Adolfo Paz y El Siete, los cuales también están permeados por los síntomas de la violencia armada.
La esperanza de las madres
Luz Marina Marín es graduada de Pedagogía Infantil y pertenece a las madres comunitarias de San José del Pinar, tiene tres hijos. Antes de que la violencia desplazara a su familia “era una campesina, ama de casa, cuidaba a mis hijas, le cocinaba a trabajadores en una finca, le ayudaba a mi esposo con los cerdos y esa era mi vida”.
“Fue muy duro pasar de ser un campesino a venir a la ciudad, uno ni sabe para dónde va”. Pero esa dificultad, poco a poco, desarrolló en ella las habilidades del “rebusque” y supervivencia como protesta a la desolación que acompañaba sus días, “me sentía muy humillada, pero también pensaba que tenía que trabajar para conseguirme lo mío, así me miraran feo como si llevara una marca en la cara”.
Asegura que su actitud fue transmitida en la educación de sus mis hijas para que ellas aprendieran a “echar pa’delante”. “Uno fortalece la autoestima, yo empecé a estudiar y a superarme, si me toca barrer, si me toca alzar bultos, o cocinar, lo hago, desde que sea digno, aprovecho las oportunidades”.
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Reunión de las mujeres jefas de hogar, que en su mayoría son madres comunitarias. |
Idelma Rosa tiene tres hijos y llegó desplazada de El Bagre, su esposo trabajaba en un barco que le decían “Chalupa” transportando a la gente, mientras que ella se dedicaba a la siembra.“Un grupo se metió a ese pueblo y, casa por casa, empezaron a matar”. Ella estudia una técnica y espera aportar a la comunidad con su quehacer social.
Tatiana Velásquez expresó que los tienen olvidados, “no nos han pavimentado las carreteras, el agua no es potable, no aparecemos dizque en el mapa, porque nos tienen como abandonados” y añadió que “como madre comunitaria uno necesita más recursos, juguetes y materiales para los niños, entonces es ahí donde uno tiene que ser creativo”.
Érika Zapata es madre comunitaria hace seis años, afirma que no se quedó como desplazada, porque “la calidad de vida trasciende lo económico, está en la actitud que uno tiene”.
Para Gloria Herrera, su desplazamiento de San Carlos fue una experiencia de aprendizaje debido a que ahora “le gusta luchar por el bienestar que brinda a las familias y a los niños que atiende en el hogar comunitario”.
Según Edelmira Cifuentes, estudiante de Licenciatura y desplazada de Dabeiba, su vida mejoró al llegar a El Pinar porque encontró una oportunidad de empleo en los hogares comunitarios “empecé a trabajar, a estudiar y a levantar a mis hijos”.
Doris Mejía también afirma que se siente satisfecha como madre comunitaria y en coherencia con ello, logró estudiar una técnica para hacer una mayor contribución con sus conocimientos a los mismos hogares.
A Luz Álvarez le regalaron una “tierrita” en este sector en el cual vio “la forma de emprender un camino hacia una nueva vida”. Su servicio le dio valor para ayudar a otras familias.
Gelvis Reyes asegura que superó la exclusión “no es sólo el lugar sino la manera en que se logra salir adelante, con la lucha y con todo de uno mismo”.
Estas madres jefas de hogar, enseñaron sus cicatrices del alma como heridas de batalla y definieron a las mujeres de San José del Pinar como “trabajadoras, dedicadas, líderes, esforzadas, tolerantes, responsables, luchadoras y dignas”.
Contexto problemático
San José del Pinar es un sector de la vereda Granizal, del municipio de Bello y el mayor asentamiento humano del Valle de Aburrá. Es receptor de comunidades desplazadas de diferentes lugares, en su mayoría, de los departamentos de Antioquia y Chocó. Cuenta con más de 15.000 habitantes, los cuales tienen que sortear la situación de precariedad de la vereda debido a la sobrecarga poblacional y la falta de recursos básicos como algunos servicios públicos, de vías de acceso y vivienda.
Frente a lo anterior, Miguel Rodríguez, líder comunitario, aseguró que en varias ocasiones sostuvo diálogos con algunos funcionarios del Municipio, pero no se llegó a “conciliación alguna que sea satisfactoria para los habitantes”.
Referencia:
Ángel, D. (4 de Enero de 2016). A pesar de todo, San José del Pinar existe. Periódico El Mundo. Obtenido de http://historico.elmundo.com/portal/noticias/territorio/a_pesar_de_todo_san_jose_del_pinar_existe.php#.W15JS1BKjIX
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