Un bar único en su clase

Por Daniela Ángel Madrid

–Negrita, ¿subimos a Pedregal un ratico? –Me preguntó mi tío Víctor mientras con su mano cubierta de pintura blanca y seca, por motivos de una laboriosa jornada de quehaceres manuales en su taller de carpintería, acariciaba afectuosamente la parte superior de mi cabeza– ¡Subamos a tomarnos unas cervecitas! –insistió, y agregó que iríamos con Catica y Juancho, quienes estaban ansiosos por transitar las calles negras de Medellín vagamente alumbradas por las bombillas naranjas de las lámparas en los postes.

Yo le dije que no estaba segura, que tenía mucha homework. Sin embargo, aún en medio de mi ajetreo académico rescaté la idea de visitar, ese 7 de Mayo, a Mi Estimado, el bar de rock al que tanto mi tío me invitaba cada fin de semana. Del que, constantemente, mi abuela refunfuñaba las visitas de Juancho y mi tío. Del cual ellos, en su memoria, anotaban un repertorio de canciones, cuyo nombre luego traían a casa para buscar en la web.

Alrededor de las 10:00 de la noche, salimos de mi casa en “El Poderoso”, la camioneta de mi tío, denominada así a causa del fervor que éste siente hacia el Deportivo Independiente Medellín. Una camioneta Chevrolet c10 diesel, en la que mi tío y Cata iban en la parte delantera. Juancho y yo sentados en la parte trasera, en la destapada caja de carga elaborada en madera, donde sentíamos la brisa del norte y el ambiente de sábado en la noche: la Ciudad agitada, con gente en conmoción adornada con naturales luces de neón.

Luego de unos minutos, llegamos a Mi Estimado ubicado, en el barrio Pedregal en la parte alta del noroccidente de Medellín. En toda una esquina de la carrera 74, al final de una empinada loma, se distingue desde unas cuadras antes su sencilla fachada de fondo verde claro y el letrero que avisa su nombre marcado. Una casa que verticalmente tiene tres entradas con puertas blancas en madera al estilo de los años 50 y un ancho espacio, donde iría el jardín del lugar, cuyo piso estaba elaborado con cemento.

Bajamos del carro y entramos a la sala. Mis ojos intentaban acostumbrarse a la oscuridad, mientras, desde la barra, recibimos un amistoso saludo de Alveiro, quien parecía alguien que se había colado de la fiesta para ser el barman y poner la música; pero no, era el dueño de la casa.

Al fondo, en un pasillo reconocí las filas para el baño. La habitación contigua, estaba amoblada. Enseguida otra habitación, hay una cama hecha en madera con cojines encima, iluminada solo por menudas luces naranjas, las paredes pintadas con colores amarillos, naranjas, verdes y azules, nos invitaban a perdernos en ellas. 

Hay gente, mucha gente en todas las habitaciones y la sala. Casi no se distingue a nadie, está demasiado oscuro pese a tener la iluminación de luces naranjas y verdes. Aun así, luego de acostumbrar la vista, pude apreciar las personas que estaban sentadas alrededor de las mesas hablando fuerte y tomando cerveza. Todos eran hombres de camisas negras con rostros de adultos atendidos por Alveiro con su guayabera y con su color de piel que más que blanco era rojo. Entre todos, pese a que ninguno usaba el cabello largo, él era el único que no tenía un pelo en su cabeza. Sus ojos verdes le daban un aire cuyo semblante se notaba tranquilo y atraía para la charla espontánea.







Es como lo podría ser en otro bar de rock. Una experiencia estética donde el Heavy Metal no se observa únicamente en la música, sino que, además, influye en las decoraciones del lugar: afiches y fotografías de Lep Zeppelin, Pink Floyd, Mötley Crüe pegadas como si fueran un solo cuadro. En sus asistentes se reflejan las mismas características a través de las imágenes en sus camisas de color oscuro. El vestuario clásico con accesorios en cuero, hacen referencia a una imagen similar al estereotipo de aquellos artistas que nacen, viven y promueven el rock como otra forma de vivenciar la propia existencia y aun más, como algo que da sentido a la misma. Este sitio fácilmente se adecúa para rematar las fiestas; pero, no es para todos los gustos. Albeiro nos contó que no es frecuente ver en él, muchachos de corta edad y mucho menos caras nuevas. Sino, por el contrario, quienes lo visitan, son hombres que en su mayoría, ya tiene nietos.

– Este establecimiento tiene 27 años y desde que puedo recordar, siempre han venido los mismos– nos dijo Alveiro, mientras destapaba unas Club Colombia, para mí y mi hermana que valía cerca de 3 mil pesos cada una. Entre tanto, nos comentaba sobre el bar que su hermano puso en la esquina diagonal a esta, cuyo tipo de música se asociaba con el pop actual. “Duró unos seis meses y luego el negocio no dio más abasto. Mi Estimado continúa vivo gracias a las personas que aun lo visitan”.

Sorprendía que fuera tan desconocido para mi hermana y para mí que vistamos gran parte de los bares de rock en Medellín. Era desconocido para nosotras, pero no para Roberto, Miguel, Carlos y otros hombres más que estaban allí, leales asistentes que lo frecuentan en la noches, de jueves a domingo, 12 horas de las 24 en las que se permite abierto el bar como lo explica un afiche pegado a la pared que informa la clasificación triple “AAA” del lugar, es decir, la “certificación en calidad Rumba Segura”.

Al disfrutar de las heladas cervezas, mi tío nos comentó que en ese momento, que el dueño le regaló una caja de casettes de diferentes bandas de Heavy, Glam, Rock and Roll, entre otros, porque según Alveiro no los necesita debido a que la magia de la web 2.0 le había facilitado la búsqueda de canciones: “ahora las descargo de 'Ares' y las guardo en carpetas. No es como con los casetes que me tocaba buscar la canción y grabarla, sino que si el cliente me pide un tema, en vez de esperar ocho días, espera un par de minutos porque inmediatamente lo busco en internet”.

– ¿Juancho entonces qué, ya nos vamos?... ¿O está muy amañaito? –Preguntó mi tío, pero Juancho, sentado en una silla frente a la barra con una botella verde de cerveza Redd’s, le lanzó una mirada tierna mientras movía la cabeza de un lado a otro diciéndole que no.

– ¿Se va a tomar la otra? – Prosiguió, mientras sonaba una canción desconocida para sus sentidos:

Someday love will find you
Break those chains that bind you
One night will remind you
How we touched and went our separate ways
If he ever hurts you
True love won't desert you 
You know I still love you 
Though we touched and went our separate ways…

El sonido de sus guitarras eléctricas y los sintetizadores que las acompañaban, robó la tención la mi tío y primo, puesto a que la familiarizaron con el gremio de los rockeros.

– “Se llama 'Separate ways' de Journey, es algo así como vidas separadas o caminos separados” –Les aclaró Alveiro al ver sus rostros con una mezcla de interés e incertidumbre al mismo tiempo.

Al llegar la media noche, el lugar estaba atestado de adultos. Sonaban solo temas que todos consideraban como himnos internacionales interpretados por Iron Maiden, Judas Priest, Black Sabbath, Motörhead, Deep Purple, Accept, Led Zeppelin, Van Halen, entre otros. Dialogaban aunque el alto sonido de la música ni siquiera dejara escuchar sus voces. Pero, sólo quienes han visitado el bar, saben que cuando se entra, no se puede dejar de escuchar buen rock sin relacionar, con los presentes, experiencias y anécdotas cotidianas.

Mi tío saludó a dos hombres que entraron, y fue hasta ellos. Luego de unos minutos, regresó de nuevo a las sillas donde estábamos sentados y empezó a comentarnos:

– Una noche, yo asistí a un concierto –nos dijo mientras tomaba a sorbos su cerveza, como si hubiese acabado de cruzar el Desierto del Sahara en medio de un calor infernal– del cual se me quedó grabada el ritmo de una canción... Y en estos momentos uno de mis amigos me presentó al tipo que es vocalista de la banda que esa noche tocó. Me senté a conversar con él, aproveché la oportunidad para “tatararearle” la canción y preguntarle por el nombre. El pela’o me dijo que esperara un momento y cuando regresó a las sillas me regaló uno de sus Cd’s señalándome la canción que le estaba pidiendo. Se llama Dangerus, mírenla… – nos la mostraba a nosotros en la portada del Cd al tiempo que la cantaba con una sonrisa pícara para que empezáramos a identificarla…

En el momento en el que suena un sintetizador, todos reconocen al Maestro Ozzy Osbourne y su inigualable voz cantando: Mr. Crowley, what went on in your head?

Inconfundible genio que dio alma a los históricos Black Sabbath, banda pionera que impuso un nuevo género del rock en la década de los 70's - 80's: El Heavy Metal.

Los visitantes del bar, al escucharlo, de inmediato alzaron sus voces imitando el tono de la de Ozzy, resueltos cantaban, se contorsionaban y voleaban en el aire las cabezas con toda la energía de jóvenes adolescentes rebeldes y revolucionarios, como si sus años vividos se hubiesen ido a la basura al escuchar está canción que los desbordaba de frenesí, locura y delirio:

– ¡Mr. Crowley, did you talk with the dead?!!! – Gritaban con todas sus fuerzas como reclamando al mismo Ozzy si en realidad habló con los muertos.

Al momento de disponer nuestra partida, sonó una canción que nos dejó atónitos a todos los presentes. Nos miramos unos a otros como buscando, de forma improvisada e imprecisa, la cara de aquél “infractor” que había pedido al barman un tema que por su composición musical era considerado una burla para el lugar: “Yeah… Yeah… Yeah… Funky, funky!”, sonaba el estribillo con voz nasal en un fondo musical con rápido movimiento de instrumentos, mientras cada visitante se reía a carcajadas por el cambio de género.

– ¡Alveiro! ¡Quita eso que suena gay! –Reclamó un hombre de piel morena sentado a tres puestos de los nuestros, entre tanto los demás chiflaban para que se ejecutara, como justicia divina, el cambio de canción y devolver al ambiente su sentido original.

Mientras Juancho me ayudaba con sus brazos para montar a la camioneta y acomodarnos en los mismos lugares en los que vinimos, cantábamos, acompañados de nuestras propias carcajadas el Funky, funky que por un momento alteró, de forma graciosa, el entorno rockero.

Partimos alrededor de la 1:00 de madrugada hacia la casa de mi tío, con los ánimos de visitar nuevamente a Mi Estimado en otra ocasión donde nuestro espíritu se quiera confluir con los de otros hombres, cuya generación seguirá asistiendo al bar hasta que el azar mismo sea quien decida iniciar sus partidas.

Agradecimientos a:


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