EL PINAR: LA TIERRA DEL OLVIDO

Por Daniela Ángel Madrid

Introducción

El siguiente es un apartado de los diarios de campo registrados en el proyecto “Madres de San José del Pinar: un símbolo de persistencia y construcción de esperanza”, liderado por el semillero de investigación Grecos de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. 

Diario de Campo 1: 
Fecha: 16 de septiembre de 2012
Lugar : San José del Pinar

Contentos, llenos de expectativas, salimos Pilar, Cristian, Angie y yo hacia nuestro lugar de destino: San José del Pinar.

Los miembros del Grupo de Estudio de Comunicación Social de la Corporación Universitaria Minuto de Dios, conocido como Grecos, llevábamos meses planeando esta salida.

Posterior a nuestras tentativas de consolidación como semillero, a cuyo primer encuentro asistimos más de 20 estudiantes, nos percatamos que al momento de la salida, solo quedábamos cuatro.

Asesora Pilar Rave, estudiantes Cristian Bedoya, Angie Guerra y Daniela Ángel en San José del Pinar. 
Era un 16 de septiembre y cuatro fuimos a visitar a esta tierra de desterrados, como el periodista Reinaldo Spittaleta titula su libro acerca de este sector. 

Somos cuatro. Pero cuatro personas bastaríamos para poner en marcha nuestro desbordante accionar para la transformación social: un proyecto cuyo trayecto sería fielmente respaldado por nuestra universidad y por los propios habitantes de la comunidad de “El Pinar”, como ellos mismos bautizaron a San José del Pinar, debido a que el sector hace 15 años antes de ser una zona de desplazados, o un “asentamiento de hecho” como el Gobierno colombiano denomina a este tipo de fenómenos urbano-rurales a modo de eufemismo, era un singular paisaje rural de reserva forestal.

Horas antes, estaba oscuro a causa de la espesa neblina que atestaba cada rincón del cielo de la Ciudad. Sin embargo, al emprender la partida, como atendiendo a nuestros deseos, las nubes se abrieron para permitir que el cielo nos iluminase con sus intensos rayos solares, gracias a los cuales pudimos conocer a “El Pinar” como un sector cuyos pasos de sus habitantes en la tierra, generaban enceguecedores nubarrones de polvo café y rojizo.

11:15 de la mañana. De la universidad salimos para la Estación Madera del Metro de Medellín. Nos bajamos en la Estación Acevedoen donde abordamos el metrocable hasta Santo Domingo Savio, posteriormente, tomamos una destartalada buseta de la ruta 055 en dirección a “El Pinar”. Es este el único camino como vía de acceso para llegar.

Mientras estábamos en el bus, observaba con curiosidad a “El Pinar”. Este sector, ubicado en la Vereda Granizal del Municipio de Bello, desde lejos, reflejaba un aire de campo. Un aire rural. Sin embargo, al bajarnos del bus y comenzar a caminar, ese aireque al principio se percibía de pueblo montañoso, se fue tornando distinto: la “carretera” está descubierta, atiborrada de grandes piedras y depresiones. Casas toscas, en general construidas manualmente en madera con techos de zinc, metal y cartón. Toda la zona está sumergida dentro de una frondosa, y casi impenetrable montaña…

En otras palabras, “El Pinar” con más de 10.000 habitantes, es una barriada montés que se edifica forzosamente y que obligó a las altas montañas, pertenecientes al límite entre Medellín y Bello, a dar paso para su construcción.

“¡No nos tengan lástima ni pesar! ¡Mírennos como unos verracos por ser capaces de construir nuestros hogares en un lugar tan riesgoso y por salir adelante a pesar de la escasez de recursos y empleo!”, nos aclaró Isa, una chica de 19 años y nieta de uno de los fundadores del sector, mientras robaba mi atención el paisaje de casas, cubiertas por costales y elaboradas con retazos de madera pegados unos a otros que pertenecía a “El Pinar” y que se podía ver desde la loma vecina en Adolfo Paz donde reposábamos en ese momento.

11:55 de la mañana. Con Isa nos encontramos al llegar al sector y continuamos el recorrido, pasando por Adolfo Paz, hasta llegar a la zona más alta de “El Pinar”, donde pudimos ver los tanques de agua potable que son abastecidos, de forma ilegal, por la reserva de agua ubicada en el sector de Manantiales: tanques considerablemente grandes, pero insuficientes para suplir las necesidades de una población que por más de 10 años ha sido abandonada por la Administración Municipal de Bello, dejando a la deriva a personas, víctimas de conflicto armado y desplazamiento de muchos lugares del país, que encontraron en San José del Pinar un espacio y esperanza para proyectar una nueva vida. 

Luego de pasar por los tanques, descendimos por unas pendientes a través de escaleras, hechas algunas con madera y otras improvisadamente sobre la tierra. Intentábamos sostenernos los unos a los otros, puesto que la tierra deslizaba fuertemente nuestros cuerpos.

“Las casas no están construidas conforme al ordenamiento territorial de la Ciudad: todas se comunican entre sí por angostos senderos y están incrustadas en empinadas lomas…”-le dije casi en oído a Angie, la colega que anotaba nuestras observaciones en el diario de campo, debido al fuerte volumen de la mezcla de música como reggaetón y vallenato que aturdía nuestros oídos y que provenía de emisoras radiales de equipos de sonidos que habían en ranchitos ubicados en diferentes partes.

3:15 de la tarde. Llegamos a una de las guarderías. Allí se encontraban “aproximadamente” 10 chiquitos, acompañados de una madre cabeza de familia… Las sonrisas de los niños enérgicas y sus miradas traviesas, contrastaban con el aire de caras mayores que predominaba en su tierna piel. Nos acogieron con calidez, como si fuéramos personas cercanas. Su despedida, al retirarnos, fue un adiós en el que imprimieron, con sus besos en el aire, un deseo de volver a vernos.

3:45 de la tarde. Luego de bajar, subimos nuevamente a una de las zonas altas. Mis colegas, Cristian y Angie, Pilar nuestra orientadora, Isa y yo, caminamos hacia una montaña, donde juntos compartimos un paquete de papas y jugo de naranja. Sentados encima de unos costales para no ensuciar más nuestra ropa, de forma inútil porque con el solo caminar ya estábamos “entierrados”, mirábamos hacia la parte baja la nueva invasión que Isa nos señalaba. En este instante, quedó registrada, en nuestras memorias, esta visita a “El Pinar” mediante una fotografía que Isa nos tomó.

Finalmente, tomamos la buseta para devolvernos a Medellín con el anhelo de visitar nuevamente a San José del Pinar y de aportar, desde nuestro proyecto de visibilización, al proceso de participación política y ciudadana, que estas personas, ejemplo excepcional de resiliencia, no han tenido hasta ahora.

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